Desde hace menos de tres semanas estoy realizando las
prácticas en una empresa cuyo nombre no revelaré (solo diré que hace revistas
en las que salen tías buenas, entrevistan a famosotes y está dirigida para
hombretones de pelo en pecho). La verdad es que me siento muy afortunado aunque
creo que después de más de 4 meses de inactividad el Karma Cabrón ya me debía
una. No siempre es una puta mala.
Pero ese no es el tema, el karma se merece más de 100
entradas y no es lo que vamos a tratar hoy aquí. El caso es que con este curro en el centro de Madrid y yo
viviendo en la periferia madrileña (la fantabulosa Fuenlabrada) tengo que
pegarme una horita de viaje de ida y otra de vuelta en los abarrotados vagones
de cercanías que vertebran toda España.
No me malinterpretéis, me encanta viajar en transporte
público, ya que es mi lugar ideal para darle caña a la lectura y disfrutar de
la música que dispongo en mi iPod nano (no, no es de los caros que vale
chorrotropecientosmil euros). Sin embargo, hay momentos en los que en esos trayectos
vuelvo a la realidad, miro a mi alrededor y observo a la gente que está a mi
alrededor.
Llamadme Voyeur si queréis, pero se puede aprender mucho de
la gente de tu alrededor solo con observar un poquito. De estos mini estudios
de campo he podido apreciar, tras solo dos semanas de idas y venidas sobre
railes, es la obsesión e inmersión de la gente sobre sus teléfonos móviles.
Yo por ahora, sigo perteneciendo a esos arcaicos personajes
que no tienen Internet en su móvil y tampoco poseo un smartphone de última
generación. Para colmo, soy de los pocos que lleva los libros de toda la vida y
no con ebook (aunque lo tengo y no me parece malo para nada), por lo que me
siento más dinosaurio aun.
Gente de toda clase y edades (desde los 16 a los 60 años,
repito, 60 AÑOS) van con la mirada clavada en sus aparatos telefónicos (que
ahora sirven para todo menos para hablar) sin inmutarse de lo que pasa
alrededor, ignorando a los cada vez más frecuentes desdichados que se echan a
los trenes a buscar un poco de caridad. Sinceramente creo que si ocurriera una
explosión en el exterior ni se inmutarían…. O lo tuitearían acto seguido.
Considero que yo también soy una pequeña parte de este
movimiento “in-movil”, pero el hecho de verlo desde fuera durante dos horas al
día me ha hecho un poco más consciente de la situación.
Me ha dado por pensar (malo), y lo único que se me viene a
la mente es la película de Pixar
‘Wall-E’. Esa película infantil, que estaba dirigida a todo el mundo menos a
los niños, nos trasladaba a un futuro en el que la Tierra estaba consumida por
la contaminación y la humanidad, vivía en el espacio encima de una silla portátil
que servía para relacionarse con los demás y para, en resumidas cuentas, vivir.
Esta deshumanización provocada por las máquinas (por los
humanos, en realidad) ocurría en 2070, a tan solo 67 años de distacia. Viendo
lo visto, temo mucho que ocurra mucho antes.